jueves, 20 de noviembre de 2014

Gonzalo Rojas, otro poeta de la Generación del 38


Gonzalo Rojas fue el primer poeta que leí. Oh, habré leido muchas otras cosas antes, pero nunca nada que me hubiera hecho apreciar el arte de la poesía. Hay diferencias entre leer poesía y Leer Poesía fundamentalmente las mayusculas. Gonzalo Rojas fue quién mejor retrato el amor y el eros en la poesía chilena, una especie de Neruda 2.0 (sin desmerecer al "original" o sea Walt Whitman). Al igual que Pablo Neruda, Rojas es capaz de tratar temas sociales con gran lucidez, como en los poemas en que rememora a su padre minero.  Es parte de esos poetas injustamente dejados de lado porque las masa prefieren a otro de su misma generación. Paso con Pablo de Roka frente Neruda, con Tellier frente a Lihn y, en éste caso, con Gonzalo Rojas frente a Nicanor Parra. Aunque si somos francos es solo porque el segundo ha tenido una vida más longeva. Como sea, puede que más gente haya "oído nombrar" a Parra, pero eso no quiere decir que Rojas tenga menos lectores.

Y por allí me encontré con esta magnífica imagen acompañada de uno de sus poemas más conocidos. Aprovecho también de mostrarles mi poema favorito de Rojas, "Carbon".





CARBÓN

Veo un río veloz brillar como un cuchillo, partir
mi Lebu en dos mitades de fragancia, lo escucho,
lo huelo, lo acaricio, lo recorro en un beso de niño como entonces,
cuando el viento y la lluvia me mecían, lo siento
como una arteria más entre mis sienes y mi almohada.

Es él. Está lloviendo.
Es él. Mi padre viene mojado. Es un olor
a caballo mojado. Es Juan Antonio
Rojas sobre un caballo atravesando un río.
No hay novedad. La noche torrencial se derrumba
como mina inundada, y un rayo la estremece.

Madre, ya va a llegar: abramos el portón,
dame esa luz, yo quiero recibirlo
antes que mis hermanos. Déjame que le lleve un buen vaso de vino
para que se reponga, y me estreche en un beso,
y me clave las púas de su barba.

Ahí viene el hombre, ahí viene
embarrado, enrabiado contra la desventura, furioso
contra la explotación, muerto de hambre, allí viene
debajo de su poncho de Castilla.

Ah, minero inmortal, ésta es tu casa
de roble, que tú mismo construiste. Adelante:
te he venido a esperar, yo soy el séptimo
de tus hijos. No importa
que hayan pasado tantas estrellas por el cielo de estos años,
que hayamos enterrado a tu mujer en un terrible agosto,
porque tú y ella estáis multiplicados. No
importa que la noche nos haya sido negra
por igual a los dos.
—Pasa, no estés ahí
mirándome, sin verme, debajo de la lluvia.



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