jueves, 5 de noviembre de 2015

Steinbeck, el Rey Arturo y el Grial

Para que vean que, a pesar de mi dura critica contra la modernización del Quijote, no soy reticente a este tipo de trabajos, de hecho son estas "traducciones" son la única manera de muchos de nosotros para acceder a la literatura extranjera (yo no leo ni Francés, Italiano, Alemán o Ruso).

Acabo de leer la versión de los mitos del Rey Arturo de Steinbeck, la traducción de una adaptación. Doble traducción, doble traición, y sin embargo una maravilla para cualquier fanático de la fantasía épica y la gran literatura. Lamentablemente Steinbeck fue incapaz de terminar su obra, producto de la depresión que tuvo cuando su editor (que vivirá en la infamia de la historia de la literatura) criticó duramente su proyecto.

Reproduzco el prólogo que encuentro particularmente lucido

"Hay muchas personas que olvidan, cuando crecen, lo mucho que les costó aprender a leer. Quizá se trate del mayor esfuerzo emprendido por un ser humano, y debe afrontarlo cuando niño. Un adulto rara vez sale triunfante de esa empresa, la de reducir la experiencia a un orbe de símbolos. Los seres humanos han existido durante mil millares de años, y sólo han aprendido esta artimaña —este prodigio— en los diez últimos millares de los mil millares.

No sé hasta qué punto mi experiencia es común a todos, pero en mis hijos he observado el pasmado tormento del aprendizaje de la lectura. Ellos, al menos, comparten mi experiencia.

Recuerdo que las palabras —manuscritas o impresas— eran demonios, y los libros, que tanto me torturaban, mis enemigos.

Cierta literatura impregnaba la atmósfera que respiré. Absorbí la Biblia por los poros. Mis tíos sudaban Shakespeare, y el Pilgrim's Progress de Bunyam vino mezclado con la leche de mi madre. Pero esas cosas me entraron por los oídos. Eran sonidos, ritmos, imágenes. Los libros eran demonios impresos, las pinzas y las empulgueras de un suplicio ultrajante. Hasta que ocurrió que una tía, con fatua ignorancia de mis rencores, me regaló un libro. Contemplé con odio la impresión en negro, y luego las páginas paulatinamente se abrieron y me permitieron la entrada. El prodigio ocurrió. La Biblia, Shakespeare y el Pilgrim 's Progress eran patrimonio común. Pero este libro era mío. Era un ejemplar ilustrado de la Morte dArthur de Thomas Malory según la edición de Caxton. Adoré la anticuada ortografía de las palabras, y también las palabras en desuso. Es posible que haya sido este libro el que inspiró mi fervoroso amor por la lengua inglesa. Descubrir paradojas me deleitaba: que cleave significa tanto unir como separar; que host alude tanto a un enemigo cuanto a un amigo hospitalario; que king («rey») y gens («pueblo») proceden de la misma raíz. Por un tiempo, gocé de una lengua secreta: yclept y hyght para decir «llamado», wist para «conocer», accord para decir «paz», entente para decir «propósito», yfyaunce para decir «promesa». Moviendo los labios, pronunciaba la letra llamada thorn, como una «p», a la cual se parece, y no como una «th». Pero en mi pueblo, la primera palabra de Ye Olde Pye Shoppe («La vieja pastelería») se pronunciaba yee [ji:], así que supongo que mis mayores no estaban mucho mejor que yo. Fue sólo mucho más tarde cuando descubrí que la «y» sustituía a la thorn perdida. Pero al margen de que fueran gloriosas y secretas –And when the chylde is borne lete it be delyvered to me at yonder privy posterne uncrystened—, yo, curiosamente, conocía las palabras de tanto susurrármelas a mi mismo. La misma extrañeza del lenguaje bastaba para hechizarme y sumirme en una escenografía antigua.

[...]

Durante mucho tiempo quise verter a la lengua moderna las historias del rey Anuro y los caballeros de la Tabla Redonda. Esas historias perduran hasta en aquellos que no las leyeron. Y es posible que hoy día nos impacienten las viejas palabras y los solemnes ritmos de Malory. No todos comparten mi inicial y persistente fascinación por esas cosas. Quise verterlas a la lengua llana de hoy para mis jóvenes hijos, y para otros hijos no tan jóvenes, verter el significado de esas historias tal como fueron escritas, sin excluir ni añadir nada, quizá para competir con las distorsiones del cine y la historia, que constituyen la única fuente accesible para esos muchachos y para otros que se impacientan con la escritura de Malory y con el uso de palabras arcaicas. Si puedo hacerlo, y a la vez preservar la maravilla y la magia, me daré por contento y satisfecho. No tengo la menor intención de reescribir a Malory, ni de reducirlo, transmutarlo, atenuarlo o sentimentalizarlo. Creo que las historias tienen la suficiente grandeza como para sobrevivir a mi intromisión, que en el mejor de los casos hará el texto más accesible para mayor número de lectores, y en el peor de los casos no puede perjudicar a Malory en exceso. Después de tanto tiempo, hoy renuncio al Caxton de mi primer amor por el Winchester, que me parece más consustanciado con Malory. Mi gratitud al profesor Eugéne Vinaver por hacer asequible el manuscrito Winchester.

Por mi parte, sólo me resta solicitar a mis lectores que me incluyan en la súplica de Sir Thomas Malory, cuando dice: «Y ruego a todos vosotros, los que leéis este relato, que oréis por aquel que lo escribió para que Dios le conceda la liberación, y sea pronto y rápido —Amén»."

 

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